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Los movimientos de mujeres y el poder económico: Vinculando lo local con lo global

Lisa Veneklasen y Alia Khan, integrantes de Asociadas por lo Justo (JUST ASSOCIATES)(1). Comienzan presentando un análisis de contexto sobre las fuerzas y sobre los actores que determinan la realidad vivida por las mujeres hoy en día. luego, plantean la importancia de cambiar los corazones y las mentes con estrategias ya probadas, asi como con formas nuevas de organización que puedan alimentar el desarrollo de dispositivos económicos alternativos que respeten los derechos, la dignidad y la interconectividad entre las personas y el planeta.

El mundo ha cambiado pero de alguna manera todo sigue igual

Han pasado casi tres décadas desde que Gita Sen y Caren Grown plantearon su crítica al modelo post-colonial de crecimiento y desarrollo orientado al libre mercado en Desarrollo, Crisis y Enfoques Alternativos: Perspectivas de la mujer en el Tercer Mundo. Allí identificaron las políticas y tendencias macroestructurales —sobre todo el acento puesto en la agricultura y en las manufacturas industriales en los países en desarrollo, los programas de ajuste estructural del Banco Mundial y el FMI, los incrementos aparentemente ilimitados de los gastos militares y el rol de los actores sociales conservadores que crean e imponen jerarquías, además de discriminación de raza, clase y género —como causas del deterioro en las condiciones sociales, económicas y de salud de las mujeres pobres. Sen y Grown cuestionaron el enfoque tecnocrático prevaleciente para elevar el estatus de las mujeres, el cual se centraba sólo en incrementar su participación y su productividad en el crecimiento y en el desarrollo económico. Publicado en 1985, este tratado reflexionaba sobre casi cuatro décadas de reconstrucción y desarrollo en la posguerra durante las cuales se introdujeron la liberalización política y económica así como el dominio del ‘libre mercado’, los que continúan, sin ser cuestionados, hasta la fecha. Si bien desde 1985 han ocurrido muchas cosas en el mundo, las razones estructurales de la pobreza y la exclusión social de las mujeres se han destacado por su intransigencia. En realidad, se han consolidado aun más, adoptando formas más crudas.

Reformas económicas neoliberales

Durante tres décadas, desde St. Louis hasta Nairobi, se ha implementado un conjunto fijo de medidas de reforma económica (Finnegan, 2003), que consisten en menos gobierno, menos impuestos, austeridad fiscal, privatización de servicios esenciales, desregulación, disminución de estándares laborales y ambientales, además de ‘libre’ comercio. Pese a un flujo constante de crisis financieras globales, que incluyen colapso de la vivienda y de las hipotecas en Estados Unidos hasta la crisis europea de la deuda, los/as tomadores de decisión continuaron aplicando las mismas recetas políticas (fracasadas). En estos últimos meses, la píldora de talla única de la austeridad ha sido recibida con protestas generalizadas en Europa. Pero, ni los disturbios en las calles ni el alza meteórica del desempleo pudieron detener a quienes toman las decisiones. Sólo después de varios meses de indicadores económicos desplomados, el escenario cambió. Tal vez, las/os latinoamericanas/os, africanas/os y asiáticas/os que ya vivieron los ajustes estructurales al estilo del FMI, tendrían que organizar un programa especial de clases abiertas para las/os europeas/os sobre cómo luchar y cómo sobrevivir. El modelo básico neoliberal y de austeridad está tan normalizado que, sugerir que los gobiernos podrían y deberían desempeñar un rol diferente en muchos círculos, equivale casi a ser comunista.

El rol y la capacidad reducidos de los gobiernos nacionales

Los recortes y la corrupción destrozaron las redes de seguridad y sometieron el bienestar de las/os ciudadanas/os a los intereses de actores externos —instituciones financieras internacionales, bancos, corporaciones y donantes. Se destruyeron los presupuestos y los mecanismos de implementación de políticas sociales y, con ellos, la capacidad de hacer respetar y proteger los derechos. Como parte de esta tendencia, la descentralización produjo resultados contradictorios para las mujeres: a veces creó nuevas oportunidades que permitieron influir sobre las decisiones pero, en otros casos, simplemente transfirió el poder a elites más parroquiales o tradicionales, las cuales se apresuraron a retroceder en cuanto a los derechos de las mujeres, eliminando libertades básicas.

Conflicto, militarización y represión en nombre de la ‘seguridad nacional’

Desde los ataques terroristas del 11 de septiembre y desde el comienzo de la ‘guerra contra el terror’ desatada por el gobierno de Estados Unidos, se detonó el gasto en seguridad y en defensa. Mientras los recortes en el gasto social se justifican invocando el déficit presupuestario, los Estados continúan encontrando maneras de financiar estrategias desmesuradas de defensa y seguridad.

Envalentonados por las leyes ‘contra el terror’ y de seguridad nacional de amplio alcance, los Estados utilizan sus poderes militares y de policía para acallar el disenso y, a veces, lo hacen en forma violenta. Pese a estas nuevas leyes, florece el crimen organizado que contribuye a formas nuevas y más intensas de violencia contra las mujeres y contra las activistas. La relación indecorosa entre la militarización y el capitalismo juega, cada vez, un papel más importante, ya que las fuerzas de seguridad estatales y privadas protegen y defienden los intereses de inversores individuales y corporativos cuyo objetivo es explotar todos los recursos naturales disponibles en beneficio propio. Aunque no es un fenómeno nuevo, las demandas de biocombustibles, tecnologías de comunicación, energía, productos baratos y alimentos por parte de las/os consumidoras/es, han hecho que la carrera por controlar los recursos del mundo se acelere de manera desenfrenada.

Fundamentalismos

A nivel mundial, estamos presenciando una reacción contundente contra la igualdad y contra los derechos sexuales de las mujeres por parte de fundamentalistas sociales y religiosos muy bien financiados. Ésta ha llevado a la paralización de la implementación de logros en materia de igualdad de género, medio ambiente y derechos humanos que fueron muy difíciles de alcanzar. En muchos países, como Nicaragua, alianzas nada santas entre líderes religiosos y partidos supuestamente de izquierda llevaron a serios retrocesos en lo que respecta al derecho al aborto. En Estados Unidos, políticos/as conservadores/as utilizan todo el tiempo cuestiones sociales como el aborto o los derechos homosexuales, para movilizar a sus bases de apoyo, para alimentar divisiones encarnizadas y para desmantelar importantes protecciones legales. En todas partes del mundo, la reacción determina que la promoción de los derechos de las mujeres o, incluso, salirse de los roles sociales establecidos, se vuelva mucho más peligrosa. No es casual que el consenso global sobre igualdad de género— producto de décadas de activismo de las mujeres, cuya culminación tuvo lugar en Cairo y Beijing — se encuentre tambaleando ante la emergencia de una nueva era de relativismo cultural. Tampoco lo es que los derechos de las mujeres se hayan convertido en moneda de intercambio en las negociaciones más importantes de la diplomacia global.

Un sistema de gobernabilidad global cambiante e incierto

Los actores de la política global tienen, cada vez, una influencia más directa sobre los medios de vida y sobre las opciones básicas de las personas pobres y de bajos ingresos en todo el mundo, restringiendo la autoridad de los gobiernos y de los funcionarias/os electas/os en cuestiones de política macroeconómica, así como en aspectos políticos fundamentales. Instituciones como el FMI —con renovado vigor gracias a la nueva encarnación del ajuste estructural: los programas de austeridad —, junto con los bancos internacionales y las corporaciones multinacionales, siguen ejerciendo una enorme influencia. Han surgido nuevos intereses y actores en el escenario, como los órganos regionales de comercio, las/os ‘filantrocapitalistas’,(2) y las iniciativas de financiamiento público-privado. Países como India, China y Brasil están ascendiendo en el camino hacia un cambio fundamental en el equilibrio de poder global.
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Corriendo sin avanzar

Las políticas económicas más justas y sostenibles, así como la toma de decisiones más incluyente, constituyen el producto de luchas políticas en las que las/os ciudadanas/os organizadas/os debaten, critican y exigen soluciones alternativas para los problemas comunes, desde el acceso a la atención sanitaria hasta los precios y los mercados agrícolas. En las últimas tres décadas, los actores de la sociedad civil aprovecharon bien estas oportunidades, alimentando transiciones democráticas en los países que antes formaban parte del bloque comunista, impulsando campañas de incidencia por parte de consumidoras/es y exigiendo transparencia tanto a las corporaciones como a los gobiernos, además de rendición de cuentas a todas las partes involucradas.

Entonces, ¿cómo es posible que, mientras parece que el mundo entero se está movilizando contra la desigualdad y la injusticia, las instituciones y los arquitectos del neoliberalismo continúen acaparando poder? Pese al crecimiento y a la sofisticación de las campañas contra la pobreza en los últimos 15 años, el mundo se encuentra frente a un colapso total a manos del capitalismo financiero global. En el mismo sentido, después de dos décadas de avances en los derechos de las mujeres a nivel internacional, en general, las mujeres están peor y no mejor.

El crecimiento y la legitimación de la sociedad civil son productos de las últimas décadas, los cuales celebramos, aunque también trajeron consigo algunos retos que socavan nuestro impacto, como por ejemplo:

  • la excesiva institucionalización del trabajo por la justicia social y por los derechos humanos, que incluye la competencia por visibilidad y recursos, así como una excesiva dependencia de la incidencia política, de las campañas informativas y de los atractivos para interpelar al poder o para generar cambios sociales;
  • la fragmentación de las agendas y de los grupos, que debilita a los movimientos: los grupos de mujeres que trabajan en temas económicos no colaboran con los grupos de mujeres que trabajan en temas de derechos sexuales, siendo muy raro que las mujeres de distintos movimientos trabajen en conjunto;
  • la despolitización de las estrategias, incluyendo las de los movimientos de mujeres, determina que los esfuerzos para gestar el cambio se circunscriban a producir resultados inmediatos y cuantificables, a expensas de interpelar al poder y de enfrentarse a los factores estructurales que generan pobreza, discriminación y violencia; y
  • una mayor desconexión entre las ONGs altamente profesionalizadas y de ‘elite’, que operan en espacios políticos de nivel macro, y las bases de apoyo a las que dicen representar.

Si bien varias campañas globales incluyeron una agenda de las mujeres o de sus derechos, ello está lejos de ser algo habitual. Lograr que las preocupaciones y los derechos de las mujeres lleguen a la mesa de discusión y permanezcan allí, ha demandado una vigilancia permanente, aún con los movimientos por la justicia social, que incluyen desde las campañas contra la pobreza o el cambio climático hasta el VIH y el SIDA. Y, cuando por fin se abordan los intereses de las mujeres, pocas veces se lo hace con el suficiente tiempo y espacio para tratar en toda su extensión las diversas necesidades y experiencias de las mismas.
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Nuevas formas de poder ciudadano

Las ‘revoluciones en Facebook’ de la Primavera Árabe y los ‘movimientos sin líderes’ de las protestas Ocupemos Wall Street en todo el mundo, recientemente generaron un nuevo interés y entusiasmo frente a la naturaleza cambiante de las acciones ciudadanas. Pero, más allá de las nuevas tecnologías, la oleada de resistencia y los emplazamientos inesperados, ¿es cierto que la gente se está organizando de maneras fundamentalmente distintas a las de las décadas anteriores? Pese a la fascinación despertada en los medios, el proceso lento de concientización y diálogo redescubierto por el movimiento Ocupemos no es nuevo. La concientización acerca de las formas estructurales e internalizadas de opresión —corazón por corazón y mente por mente —, ha sido un elemento fundamental de los movimientos feministas y de los procesos organizativos LGBT durante generaciones.

Las mujeres están, y siempre han estado, construyendo alternativas muy necesarias, en ocasiones sin que nadie lo perciba, con pocos o ningún recurso externo, invisibles para los enfoques dominantes del desarrollo y para los indicadores económicos. Las mujeres están prestando su apoyo a todos los temas vinculados a la justicia sin dejar de luchar, solas, por sus derechos, enfrentándose muchas veces a niveles extraordinarios de violencia normalizada y de violencia sexual. Desde los clubes de ahorro tradicionales a las redes informales de cuidados y a las economías solidarias, el trabajo y la determinación de las mujeres operan como las redes de seguridad social que los Estados no han sido capaces de crear. Si la ola creciente de participación e influencia de la sociedad civil realmente va a marcar una diferencia, las/os activistas y los movimientos sociales de todos los sectores deben volver a conectarse con las realidades cotidianas de las mujeres de los sectores populares, sobre todo, de aquellas más marginadas por la exclusión social.
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Volviendo al origen: las mujeres se organizan por la democracia económica

La justicia económica y la verdadera igualdad trascienden una tarea político-técnica. Se trata de una lucha basada en ideología, en creencias centrales acerca de lo que está bien, de lo que está mal, de aquello que es ‘normal’ y de quién decide. Estas creencias determinan la conducta y las expectativas de las/os ciudadanas/os así como las de poderosas instituciones políticas, económicas y culturales. También constituyen el origen de las tensiones al interior de las organizaciones que luchan por la justicia social, entre ellas y con las personas a las que procuran servir.

Más allá de las victorias políticas, la definición de ‘logro’ necesita tener en cuenta el costo que conlleva construir la influencia política de grupos que han sido marginados de los procesos políticos. Ello significa, también, ayudarlos a superar tanto la sensación de indefensión como las ideologías que la generan. Estas últimas incluyen las creencias en relación a quién tiene la culpa de las inequidades sociales, al rol de los gobiernos o a quién le importan los derechos en una sociedad determinada. Representa una tarea complicada, que muchas veces no se valora porque implica explorar cómo se sienten las personas, además de cómo ven el mundo y qué les resulta verdadero. Pero, comprometer los corazones y las mentes constituye un paso fundamental para que las personas se den cuenta del poder que tienen para marcar una diferencia, para que comiencen a informarse y, en función de ello, actúen.
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Un reencuentro con la educación popular

En este contexto, las estrategias de justicia social necesitan volver a integrar lo político y lo económico como lo hicieron en los años setenta y ochenta, formulando, además, un análisis mucho más matizado, que incluya cuestiones de raza, de clase, de género, de sexualidad y otras. En la práctica, esto implica utilizar los problemas inmediatos como punto de partida para que las organizadoras motiven a las personas a juntarse, a fin de que planteen preguntas y se organicen. La reflexión y el diálogo promovidos por el compartir validan las experiencias y los conocimientos de las personas, generando solidaridad para la acción colectiva. Compartir historias sobre la lucha de otras comunidades puede volver a inculcar una sensación de agencia y la creencia de que realmente existen alternativas a aquello que se ha llegado a considerar el orden inevitable de las cosas. Tal vez, lo más importante es el hecho de que vincular la conciencia y el diálogo a la acción política concreta resulta esencial para cobrar impulso y avanzar, para sentir un empoderamiento genuino y para crear un círculo virtuoso de resistencia individual y colectiva capaz de transformar de manera radical las estructuras de poder subyacentes, corazón por corazón y mente por mente.

Históricamente, la educación popular se centró en posibilitar que las personas entendieran las realidades locales de manera crítica y actuaran para modificarlas. Un nivel adicional de complejidad que se manifiesta hoy en día, es que buena parte de lo que sucede en el plano local está determinado por dinámicas externas y agendas que resultan casi invisibles e inaccesibles para las comunidades. Por eso, la educación popular no representa una panacea ni una estrategia que pueda utilizarse de manera aislada de los esfuerzos solidarios globales que vinculan las realidades locales con los procesos y las tomas de decisiones a nivel nacional y global. A continuación, destacamos algunos de los principios básicos a ser tenidos en cuenta por quienes se preocupan por la justicia social a fin de revitalizar nuestros esfuerzos por hacer del mundo un lugar más justo y más humano para todas/os.
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Principios para el cambio

  1. Comenzar por las soluciones de las mujeres: Siempre, cuando los Estados resignan su responsabilidad de proveer un bienestar básico a sus ciudadanas/os, las mujeres son las que cubren los agujeros. Desde las cooperativas de ahorro hasta las redes de cuidados a domicilio o hasta las madres que exigen justicia para sus familiares, las mujeres son quienes se encuentran en primera línea en todas las luchas por la justicia social. En tanto muchos de los líderes hombres han sido arrestados, los movimientos que luchan por la tierra, el agua y el medio ambiente en América Latina ahora son liderados por mujeres. Su liderazgo, así como sus estrategias y sus demandas de alternativas sostenibles son diferentes e importantes. Si bien la sociedad depende del trabajo que ellas realizan, éste es invisible y nadie lo reconoce, lo cual, a su vez, torna vulnerables a las activistas frente a los ataques.
  2. Colocar el poder y la política en primer plano en nuestros análisis y estrategias: Los esfuerzos por traducir conceptos económicos y políticos (incluyendo derechos), muchas veces no hacen otra cosa que simplificar una terminología complicada sin vincularla con los problemas económicos y con las realidades políticas de la vida real. En innumerables ocasiones, estos programas carecieron de una apreciación completa del poder o de sus consecuencias para la estrategia. Estuvieron muy determinados por los contenidos, combinando información sobre sistemas y sobre políticas económicas con herramientas para el análisis, asumiendo que alcanzaba con alternativas políticas y una ciudadanía informada para estimular el cambio. Por otra parte, actualmente existe una tendencia a creer que, para que las/os ciudadanas/os puedan participar plenamente y entender el proceso, su involucramiento en temas económicos debe centrarse en el nivel micro. Muchas veces esto significa que los grupos se concentran en renglones presupuestarios específicos o en la producción en pequeña escala. Dichos esfuerzos pueden empoderar a las personas, aportándoles una base de realidad local concreta a los nuevos aprendizajes. Sin embargo, en ocasiones no llegan a analizar de qué manera las numerosas políticas económicas a nivel macro determinan las condiciones económicas locales.
  3. Involucrando los corazones y las mentes: Para que el cambio sea duradero, las estrategias de reducción de la pobreza y de empoderamiento deben posibilitar que las personas entiendan y cuestionen en forma crítica la sabiduría económica convencional, identificando qué instituciones y qué intereses se benefician de ellas. La mejor forma de abordarlo es a través de un proceso que permita a la gente entender sus propias circunstancias en el contexto de las normas y dispositivos económicos imperantes.
  4. Tender puentes entre movimientos, ONGs y bases de apoyo: Los movimientos sociales, así como las ONGs, debemos tomarnos el tiempo para analizar nuestros supuestos y para garantizar una comunicación clara, ya que si bien podemos estar usando un lenguaje común de cambio (desde el feminismo hasta la justicia racial) tenemos interpretaciones diversas. Necesitamos conversaciones honestas para abordar los conflictos y para negociar las diferencias políticas, así como ideas nuevas y fuentes de financiamiento diversificadas que posibiliten abordar la competencia por los recursos. Necesitamos reorganizar nuestro trabajo y la división de tareas basada en el acceso y en las competencias relativas, eliminando la falsa jerarquía entre la experticia política y la organización. Además, debemos tratar honestamente cuestiones difíciles como la representación y la legitimidad: ¿en nombre de quiénes hablamos y cómo garantizamos que esas voces estén en primer plano, siendo visibles e influyentes?
  5. Revisar y redefinir la forma en que entendemos los principales problemas económicos y sus soluciones: Si bien a los grupos les preocupa cómo dividir las porciones del pastel económico, también es importante para ellos cuestionar los supuestos que definen el tamaño del pastel y las reglas que rigen quién tiene acceso a él (por ejemplo, políticas de inversiones, estándares laborales, bienes públicos, etc.). Necesitamos revisar las ideologías que sustentan las agendas económicas dominantes y su impacto sobre nuestras opciones y mensajes estratégicos; comenzar a definir las ideas y los principios que determinan cierta cosmovisión de la igualdad de género y de la justicia, las cuales, a su vez, enmarcarán nuestros mensajes y alternativas hacia el futuro.
  6. Necesidades y derechos: Organizarse por los derechos políticos no es algo que debiera estar divorciado de las necesidades prácticas. En el contexto de la pobreza, si queremos que las mujeres participen en política tenemos que apoyarlas para que se organicen y puedan acceder a recursos económicos – dinero y propiedades – así como a la libertad que éstos les brindan.
  7. Revisar las metas y puntos de entrada tradicionales para la incidencia: Con un pensamiento político y estratégico limitado, nuestras organizaciones se ven consumidas por un trabajo político que es cooptado o que nos distrae de espacios y de cuestiones más relevantes para el cambio. Muchos grupos cultivaron aliadas/os clave adentro y les cuesta decir que ‘no’ a las invitaciones oficiales para conversar amablemente. Pero, con recursos y capacidades limitadas, es necesario que nos preguntemos cuándo los espacios políticos justifican el esfuerzo. Necesitamos evaluar y comparar los espacios políticos a los que nos invitan (desde los ODM hasta el Banco Mundial), cuyas agendas están prestablecidas y controladas, con la alternativa de reivindicar espacios políticos para avanzar en los derechos de las mujeres y en los intereses de justicia económica, tanto en el sector público como en el privado.(3)

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Conclusión

No es necesario buscar muy lejos para ver que existen alternativas genuinas al capitalismo impulsado por las/os consumidoras/es. Las mujeres que están luchando en los márgenes de la sociedad, han elaborado formas creativas de sobrevivir, basadas en la solidaridad y en la cooperación, en contraste con la competencia y la escasez. No es sólo una cuestión sentimental: se trata de practicar la justicia, el respeto a la humanidad y a nuestro ambiente en sus vidas cotidianas. Cada vez más, vemos cómo se van expandiendo modelos similares. Desde quienes toman fábricas cerradas y las convierten en cooperativas propiedad de las/os trabajadoras/es hasta los movimientos por la soberanía alimentaria, activistas y ciudadanas/os ‘comunes’ están volviendo a descubrir antiguas ideas acerca de bienes comunes y economías solidarias, e inyectándoles una nueva energía. Los movimientos populares están exigiendo protección social, no sólo para proteger a las/os ciudadanas/os frente a riesgos que afecten su subsistencia sino para garantizar que todas las personas puedan vivir con dignidad. Las/os ‘ciberciudadanas/os’ aprovechan el alcance increíble de los medios sociales para movilizar campañas de consumidoras/es contra empresas multinacionales y para desatar revoluciones. Aun cuando las noticias sobre la desaceleración económica global generan miedo en los corazones de políticas/os y ciudadanas/os, la crisis del capitalismo impulsado por las/os consumidoras/es abre la puerta a alternativas nuevas, generando esperanzas de cambios sociales transformadores.
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Notas

  1. Este artículo es una adaptación y actualización de otro escrito en 2003; por eso, algunas de las referencias son de hace casi diez años. Las conservamos porque siempre resulta sorprendente lo relevantes que resultan ideas que parecen antiguas frente a algo que se considera un problema nuevo.
  2. Término acuñado por Matthew Bishop para describir a filántropos multimillonarios, como el fundador de Microsoft, Bill Gates Jr, quienes se apoyan en modelos empresariales y filosofías de mercado como guía para sus donaciones de caridad.
  3. Cornwall, Andrea and John Gaventa (2001), Power, Knowledge and Political Spaces in the Framing of Poverty Policy, IDS WP 143; y Gaventa, John (2006), ‘Finding the Spaces for Change: A power analysis’, en Exploring Power for Change, IDS Bulletin 37.6, Brighton, IDS.

Referencias

Bhargava, Deepak (2003) ‘Speech to the Ford Foundation’, Executive Director, Center for Community Change, Washington, DC.

Finnegan, William (2003) ‘The Economic of Empire: Notes on the Washington Consensus’, Harpers Magazine, May.

 


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