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Feministas transformando el poder económico

Marilyn Waring.

Mis antecedentes para esta discusión están en mi trabajo sobre el sistema de cuentas nacionales, que nos dio el Producto Interno Bruto (PIB), el sistema impuesto a todos los estados-nación que surge del trabajo de Sir Richard Stones titulado The British National Income and how to pay for the war (El ingreso nacional británico y cómo pagar la guerra). En efecto, el PIB aún mide ‘la mejor manera de pagar la guerra’, lo que queda demostrado con mayor contundencia en los países en que el PIB desciende después de que se implementa un tratado de paz.

Aun antes de que se revisara el ‘límite de producción’ del PIB en 1993, las activistas feministas estaban presionando por una medida que fuera utilizada a nivel internacional para determinar el ‘bienestar’. Este límite de producción es la regla que excluye, en teoría y en la práctica, al trabajo no remunerado — reproductivo, productivo, de servicio del medio ambiente; hecho por mujeres, hombres, niñas y niños — de las cuentas del PIB. En materia de políticas opera una ecuación muy simple: si ustedes son invisibles como productoras en el PIB, también son invisibles para la distribución de beneficios en el marco de referencia económico del presupuesto nacional.

La presión es para hacer visible este trabajo invisible. La respuesta de la Comisión de Estadísticas de la ONU ha sido crear grupos de trabajo para dos conjuntos de las así llamadas cuentas satélite, uno para el medio ambiente y otro para el trabajo no remunerado. Las consecuencias que esto tiene para la transformación no son buenas, porque para ambos se considera la mercantilización como respuesta, es decir, que se mida y se acuerde un modelo para estimar el valor de intercambio de características de nuestro ecosistema en el mercado. Ya hace más de diez años que se está realizando este trabajo y las/os ‘autoras/es’ de este nuevo marco de referencia ya han decidido cómo darle un valor en dólares al aire, la tierra, los bosques, las poblaciones de peces y demás. Afortunadamente, nuestra mejor aliada es el agua dulce. En este proceso, el agua dulce resiste: a las/os expertas/os les está resultando imposible encontrar una fórmula para la valuación del agua dulce.

Consecuencias para la transformación

Mientras el agua resista, las consecuencias que tendría la imposición a nivel internacional de las cuentas nacionales del medio ambiente como valuaciones de mercado no pueden producirse. Pero la economía sólo valora la eliminación, desgaste, deterioro y extracción de recursos naturales. El imperativo estratégico que nos interesa no es descubrir un valor de mercado para características del medio ambiente, sino compilar información de línea de base sobre esas características: la calidad del aire, los bosques boreales que aún persisten, los impactos del cambio climático. Traducir esas características en precios de mercado es una idea estúpida por muchas razones, pero una de las principales es que cuando el medio ambiente se convierte en algo tan abstracto como un valor de mercado, pierde todas las características que permiten tomar decisiones políticas estratégicas con respecto a él.

En el mismo sentido, las encuestas de empleo del tiempo se usan cada vez más como una herramienta para estimar el valor del trabajo no remunerado. Hay algo estratégico que torna atractiva esta idea, a pesar de los debates sobre cuál es el mejor procedimiento para implementarla. Cuando me dedicaba a la política, veía una ventaja enorme en la posibilidad de comparar al sector del trabajo no remunerado con los de la agricultura, la industria y demás, y por eso la estrategia me resultaba muy atractiva. Por suerte, logré evolucionar más allá de este enfoque. El problema ha sido que ahora algunas/os consideran la estimación en términos de mercado como resultado final, y no como apenas un mecanismo para llamar la atención. Sí, necesitamos la información sobre empleo del tiempo si es posible reunirla, pero no se la debe mercantilizar. Como abstracción de mercado, el trabajo no remunerado pierde la textura y la integridad que son necesarias para las políticas estratégicas, así como le sucede al medio ambiente cuando se lo somete a un marco de referencia contable.

Me di cuenta de que mercantilizar el trabajo no remunerado de las mujeres y el medio ambiente es un enfoque estéril; sostengo que esas estimaciones encuentran su lugar en un sistema que considera que la guerra, el comercio de municiones y personas, el tráfico de drogas y la devastación ecológica son estupendos para el crecimiento. Es un sistema patológico, y el enfoque al que me estoy refiriendo fue cooptado por completo.

Otra tendencia preocupante es la idea de que cuando la economía es el problema, también puede ser la solución. El informe Stern sobre cambio climático incluyó una fuerte crítica a los análisis costo-beneficio que no tienen en cuenta las externalidades, es decir, los resultados generados por una intervención económica pero que no forman parte de un marco de referencia costo-beneficio: la subida del nivel del mar, los cambios en el derretimiento de los glaciares que amenazan a millones que viven río abajo. Sin embargo, Stern pensó que la respuesta era juguetear con los modelos económicos.

Una tendencia que a mí me resulta enormemente problemática es todo ese discurso sobre la ‘economía del cuidado’, sobre todo cuando el término se aplica a todo el trabajo no remunerado que hacen las mujeres (y también los hombres, niñas y niños). Es una tendencia muy lamentable. Es cierto que el trabajo de cuidado no remunerado es la principal omisión que existe en el sistema de cuentas nacionales — la exclusión específica — pero la realidad es que se sigue sin contar la mayor parte de la producción para la subsistencia, las millones de horas de trabajo de las mujeres con empleo remunerado más allá del horario que les corresponde, sobre todo las que trabajan en prestación de servicios sociales. Este término no alcanza a describir la textura compleja de todo el trabajo no remunerado que hacen las personas. Los hombres, las niñas y los niños también trabajan sin remuneración: por ejemplo, este enfoque no puede dar cuenta de los preparativos tradicionales de los pueblos indígenas del Pacífico para construir un fale (hogar). ¿Y cuál es el problema si su aporte sólo representa un porcentaje pequeño?: soy parte de un movimiento feminista que es incluyente y no excluyente.

Las consecuencias de un enfoque así para la transformación es que condena la visibilidad de todo el trabajo no remunerado a un término de ghetto que siempre se va a asociar sólo a las mujeres, y que no podrá abarcar todo el trabajo sobre el que se apoya la economía mercantilizada para poder funcionar.

Los esfuerzos por encontrar alternativas

Durante más de treinta años se han hecho esfu-erzos por encontrar una alternativa al PIB. Uno de los primeros fue el movimiento por los Indicadores de Progreso Genuino. Su principal atractivo siempre ha sido el haber introducido la cuestión del debe en el marco de la contabilidad de los ingresos nacionales, una suerte de ‘lo bueno, lo malo y lo lamentable’. En este marco, lo que gana el mercado gracias a la deforestación se compensa con la pérdida de hábitat, especies polinizadoras, cubierta del suelo, influencia sobre el microclima y demás. En este momento este trabajo lo lidera la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Hay mucha información acerca de esto en wikiprogress. Básicamente, consiste en buscar un índice de características del ‘bienestar’ y utilizarlas como marco de referencia alternativo para intervenciones políticas estratégicas. Esto representa un pequeño avance, pero también trae problemas muy serios. La estrategia consiste en encontrar otro marco de referencia contable que el comité central de la OCDE pueda imponerle a todo el mundo. ¡Y para algo completamente similar, que viene de la misma gente que nos dio el PIB! Mercantilizar y llegar a un solo indicador de mercado sigue siendo el resultado buscado, para poder construir un marco de referencia internacional comparativo (es decir, competitivo).

La verdad es que estoy cansada de que sea la testosterona la que impulsa estos modelos: ¡el mío es más grande y mejor que el tuyo! Y no me vengan con Bután y la felicidad como respuesta: es lo mismo que el Indicador de Progreso Genuino pero con menos campos. Que una intervención estratégica nos haga más felices o no lo decide el Parlamento de Bután. Para sentarse en ese Parlamento, se necesita un título universitario. Como profesora, nunca he comprobado que el sentido común sea algo que sólo tienen quienes se gradúan. Y como muchas de ustedes sabrán, la felicidad está a su alcance sólo si son butanesas; si están entre las nepalesas de tercera o cuarta generación a las que están expulsando de Bután, entenderán de qué hablo.

Los indicadores sobre ‘bienestar’, ‘calidad de vida’ o ‘felicidad’ tienen otros aspectos que resultan profundamente incómodos. Les pedí a algunas/os de mis alumnas/os de postgrado que son del Pacífico que les preguntaran a sus colegas o familiares cómo se podrían traducir estos términos en samoano o tongano, y qué significado cobrarían. Salvo en el caso de la salud, las respuestas no tenían nada que ver con los indicadores de bienestar occidentales.
El siguiente problema queda demostrado fácilmente pensando en los ejercicios de proyección que hacen los distintos gobiernos metropolitanos, municipales o provinciales. Supongamos que todas las consultan que realizan estos gobiernos son genuinas. En ese caso, una preocupación y una prioridad importante es siempre la ‘seguridad’. Pero en el camino para llegar a esa conclusión, se pierde la textura de lo que significa la seguridad, porque se tienen que homogeneizar todas las respuestas bajo el tema de la ‘seguridad’. Para las personas con impedimentos de visión o físicos, hay una cuestión de seguridad en torno al acceso, que muchas veces tiene que ver con poder moverse libremente y con seguridad en los senderos públicos. Las personas gay y las minorías étnicas quieren vivir libres de victimización y hostigamiento. Las mujeres, niñas y niños quieren calles iluminadas a la madrugada y por la noche. Las personas mayores quieren refugios transparentes para esperar el ómnibus para que se reduzcan las posibilidades de que las asalten y las golpeen. Pero, ¿qué hace la ciudad? En lugar de compilar indicadores nuevos que reflejen las prioridades específicas, consulta los datos a nivel nacional y entonces el índice de seguridad pasa a referirse al número de accidentes de tráfico y homicidios.

Propuestas y alternativas específicas

Me atrae muchísimo el desarrollo de círculos de bienestar que utiliza Mark Anielski para construir Indicadores de Progreso Genuino para el Instituto Pembina. Para esto hace falta un diagrama de radar, que viene en el programa Excel. Cualquiera puede utilizar este modelo para construir indicadores. Tiene una arquitectura abierta — es decir, que pueden agregarle cualquier indicador nuevo una vez que hayan compilado dos años de información sobre ese indicador. Cada indicador conserva su integridad y nada se comercializa. Cualquier conflicto de objetivos se hace inmediatamente visible. Es un modelo gráfico y muy accesible: he visto a personas que todavía no están alfabetizadas discutiéndolo durante horas en el contexto de tomar decisiones para su comunidad. Es posible construir distintos conjuntos que reflejen a grupos particulares, por ejemplo de acuerdo a la edad o el género — incluyendo los derechos humanos de las personas de un tercer género que ahora están reconocidas en India, Nepal y Pakistán. Se puede construir a nivel comunitario de manera tal que responda a las prioridades específicas de esa comunidad. Esto significa que es posible echar a patadas al enfoque homogeneizador del comité central.

Anielski también hizo un trabajo pionero con la gente de Nunavut, en el Círculo Ártico Norte canadiense, en el que se agregó la espiritualidad a los indicadores ecológicos, económicos, sociales y culturales. Así, por ejemplo, el bienestar no tenía que ver con la cantidad de trineos tirados por perros que había en una comunidad sino con la cantidad de hogares que compartían un equipo de perros. Anielski también hizo un trabajo significativo con la gente de la región boscosa boreal de Canadá, la más extensa que aún queda en el planeta y liderado por los pueblos indígenas de la zona.

Como feministas, debemos adoptar el modelo ecológico, y fíjense que no me estoy refiriendo a la construcción de modelos ‘ambientales’. Se han hecho algunos trabajos increíbles en este sentido, y esto necesitamos entenderlo para poder frenar la posible devastación que resulta de la presión por entrar a la ‘economía verde’, que sigue siendo propaganda basada en el PIB.

Conclusión

Si lográramos transformar el poder económico, ¿qué resultaría? Al mercado y la mercantilización habría que pensarlos al servicio de un enfoque así. Para esto tenemos que volver al discurso, y ver de dónde derivan palabras como ‘economía’, ‘ecología’ y ‘valor’. Valor viene del latín valore, que significa ser fuerte o digna/o de algo. Economía viene del griego oikonymikos, y significa el cuidado y la gestión de un hogar, mientras que ecología se refiere al cuidado y la gestión de nuestro planeta. Una transformación feminista le asignará un lugar central a estos conceptos al pensar cómo tenemos que estar en este mundo y qué vamos a valorar. Podemos — y debemos — vivir de esa manera tanto en nuestros hogares como en términos del acceso que tengamos a los niveles más altos de poder, y en este compromiso debemos ser implacables.

Resumen

Marilyn Waring expone algunas de las principales tendencias en los registros contables de la economia y explica en que consisten. Tambien presenta algunas propuestas alternativas practicas.
Palabras Clave

presupuestos; economia del cuidado; guerra; encuestas sobre el empleo del tiempo; indicadores de progreso genuino

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